Episodio #40. El hartazgo de las clases medias.
¿Sientes que vives como pobre mientras pagas como rico? Hoy: como pagar como rico y vivir como pobre.
Hay algo casi quijotesco en el contribuyente medio español. Trabaja 🧑💼, cotiza 📄, paga religiosamente su IRPF, soporta el IVA con estoicismo 💸 y financia, sin saberlo, el decorado institucional del Estado del Bienestar. Pero en esta tragicomedia fiscal, el héroe no salva a nadie: simplemente sobrevive.
1. Carga fiscal real: el contribuyente medio como figura trágica
La presión fiscal en España ha aumentado 1,9 puntos del PIB desde 2019, mientras que en la UE ha descendido 0,9 puntos. Mientras nuestros vecinos alivian a sus contribuyentes, aquí seguimos acumulando recaudación como quien colecciona cromos del Mundial. Así lo constata el Impuestómetro 2025 del Instituto Juan de Mariana, que cifra en 127.744 millones de euros el exceso recaudado en estos años. Traducido: 2.627 euros por habitante ó 6.614 euros por hogar.
El salario bruto medio ronda los 39.480 euros anuales, pero el trabajador medio ve desaparecer un 54,7% del coste laboral total en impuestos y cotizaciones. El desglose es revelador: cotizaciones del empleador (9.243 €), del trabajador (1.959 €), IRPF (4.270 €), IVA (2.942 €), impuestos locales (705 €), Impuesto de Sociedades (928 €), y deuda pública (929 €). Total: 21.607 € anuales. Un micromecenazgo involuntario del Leviatán, sin derecho a entrada VIP.
Y lo más irónico: no somos Dinamarca, pero pagamos como si lo fuéramos. Si se aplicara el sistema fiscal alemán, el contribuyente medio se ahorraría 3.578 euros al año. Con el modelo danés, el ahorro subiría a 4.677 euros. Pero seguimos sin sus trenes, sin sus hospitales y sin su puntualidad escandinava. ¿Qué está pasando aquí?
2. Percepción ciudadana: el impuesto sobre la paciencia
No solo se tributa mucho. También se percibe como injusto y desproporcionado.
Según el estudio 'Opinión Pública y Política Fiscal' del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el 43% de los ciudadanos cree que en España se pagan demasiados impuestos. Solo un 8% considera que se pagan pocos.
El estudio “Actitudes hacia el Estado de Bienestar II” (noviembre 2024), también del CIS, lo deja claro: el 62,1% de los encuestados cree que recibe menos de lo que paga, frente a solo un 8% que cree salir ganando. El 25,7% considera que recibe “más o menos lo justo”.
Un 58,8% dice beneficiarse poco o nada de lo que aporta a las administraciones. Y un 69,4% no cree que quienes más tienen paguen más impuestos (antes lo creía el 77,4%).
No es ya un problema de redistribución, sino de credibilidad simbólica: el ciudadano medio no se siente parte del contrato social, sino su último y fatigado financiador.
3. Desconexión con lo público: pagar dos veces, esperar siempre
La paradoja es brutal: se paga como en Suecia, pero se espera como en Kafka: nos sentimos inmersos en un universo absurdo, frustrante y burocrático donde los ciudadanos se enfrentan a sistemas opacos, lentos, arbitrarios e ineficaces. Según el Barómetro Sanitario del CIS (2024), solo el 45,6% sabe que la sanidad pública se financia con impuestos; el 50,1% cree que depende de las cotizaciones.
Además, un 38% de la ciudadanía considera que existen diferencias territoriales importantes en el acceso a servicios públicos. Lo que debería ser un sistema universal se percibe como una ruleta autonómica.
Y mientras espera, la clase media paga por duplicado: seguros privados (con un crecimiento del 35% en la última década), comedor escolar, psicólogo, profesor particular, colegio concertado (que acoge ya al 25,8% del alumnado nacional). No renuncia a lo público: lo suple, lo remienda, lo subvenciona.
4. Hartazgo invisible: cuando el cansancio es un estado de ánimo social
El hartazgo de las clases medias no se expresa a gritos. Se cuela en los grupos de WhatsApp del colegio, en las conversaciones de ascensor, en los silencios del consultorio médico. No aparece en las pancartas, pero sí en la ansiedad difusa de quienes ya no esperan gran cosa.
No es solo cuestión de renta. Es una sensación de desgaste vital. El profesional que lo hizo “todo bien” —formarse, trabajar, cotizar— pero no llega. La familia que no se plantea el futuro, sino cómo conservar lo poco que ha logrado. El autónomo que se levanta temprano y se acuesta tarde para quedarse en el mismo sitio.
Este malestar no genera revolución, pero sí desconexión emocional con lo común. Se transforma en ironía cínica, en desencanto estructural, en ese “yo ya paso” que suena inofensivo pero que, sostenido en el tiempo, corroe el pegamento democrático.
La fractura y no la factura
Lo que está en juego no es solo el IRPF, sino la equidad del contrato fiscal. La clase media no pide privilegios: pide coherencia. Que el esfuerzo tenga sentido. Que la contribución sea reconocida. Que lo común funcione.
Cuando eso falla, no hay indignación, hay algo más silencioso y más corrosivo: la indiferencia. El ciudadano no exige, pero desconfía. No protesta, pero se distancia. El hartazgo no hace ruido, pero pesa. No colapsa el sistema, pero lo vacía de legitimidad.
Y si no se escucha a tiempo, no habrá reforma fiscal, ni campaña de comunicación, ni promesa de modernización que logre reconstruir ese vínculo roto entre esfuerzo y comunidad.
En esta radiografía lúcida y amarga del sistema fiscal español, la clase media emerge como una figura trágica: contribuye más que nunca, recibe menos de lo que espera y ha perdido la fe en la promesa de lo común. Paga, espera y calla. No por falta de civismo, sino por agotamiento. Lo que se resquebraja no es solo un modelo impositivo, sino el pacto emocional que unía a los ciudadanos con su Estado. Y cuando el esfuerzo deja de tener retorno simbólico o material, la fractura no se mide en cifras, sino en desconexión: una sociedad que deja de creer, empieza a irse. Aunque no se mueva.
¡Si te animas a contarnos tu opinión o a desahogarte de tu hartazgo, tus comentarios son bienvenidos!
Mi hartazgo es con quienes provocan eso que estás diciendo. La educación ública se abandona haciendo que se convierta en una educación de segunda. La universidad y la FP públicas se reducen y las privadas,que solo se pueden pagar algunos, se disparan, aumentando la desigualdad. Se fomenta la sanidad privada, o con conciertos, o también delimitando la pública. Para que ocurra eso que dices, que quien decide pagar la privada deje de apoyar la pública. El gasto social en España, fuera de las pensiones, es de los más bajos de la UE y los que más dinero tienen y ganan dejan de pagar impuestos. Ello lleva a la perdida de la sociedad que ha alcanzado un a de las esperanzas de vida más altas del mundo y un ascensor social que ya empieza a no funcionar